Relato Erótico 30

La historia del sátiro y la ninfa.

Hace mucho tiempo en otras tierras, cuando los sátiros recorrían los bosques con sus canciones y bailes, cuando las hadas revoloteaban como mariposas y cuando las brujas cocinaban en bellos calderos de hierro.

En el gran lago de hielo vivía una ninfa. Esta hermosa joven, al igual que todas las ninfas, no utilizaba ropa. Tenía un bello cuerpo con pequeños pechos, delgados brazos, largas piernas y hermosas caderas. Pero su mayor atractivo estaba en los ojos, ojos seductores que se encontraban parcialmente cubiertos por el cabello castaño que caía hacia un costado.

Todos deseaban a las ninfas, pero las del lago de hielo tenían un problema: su piel era muy fría y su aliento helado.

Un día la ninfa notó a un sátiro que tocaba una gaita y la miraba de forma provocativa. Ella comenzó actuar, mirándolo cuando el no la veía, coqueteando con sus largas pestañas. El joven sátiro, cubierto de pelo y orgulloso de sus pezuñas, se acercó al lago.

-No te acerques. –Dijo ella –Podrías congelarte.

-El calor de mi cuerpo no lo permitirá.

La criatura se arrimó y sonrió a la ninfa, la cual no pudo verlo a los ojos por la vergüenza y sin querer miró su miembro. Todos saben que los sátiros tienen una erección constante. Tenía un miembro de buen tamaño y muy próximo a la panza de la ninfa.

El sátiro tomó a la ninfa de la cintura con sus peludas manos y la besó. Fue un beso frío que congeló los labios del pastor de los bosques.  Pero no se dio por vencido y le dio un beso en el cachete.

La ninfa estaba sonrojada y excitada, sentía un calor proveniente de entre sus piernas. El sátiro la tomo de las nalgas, masajeándolas de forma tierna. Luego descendió y con la punta de la lengua acarició el bello que cubría el jugoso fruto de la mujer. La lengua fue descendiendo lentamente e introduciéndose más y más adentro.

Ella comenzó a temblar de excitación, y el de frío. Sin embargo resistió la helada y comenzó a morder los pezones de la ninfa y a lamerlos como un bebé hambriento. Ella lo tiró en el césped y tomó el miembro entre sus heladas manos (estaba maravillada). Comenzó a lamerlo desde abajo y tomaba el glande entre sus labios. Luego trató de introducirlo todo en su boca, calentándole el paladar y la lengua; pero enfriando el cuerpo del sátiro.

 La sensación de placer y dolor producida por el frío era excitante y pronto se precipitó en el diluvio sexual sobre los pechos de la ninfa. El semen caía sobre el abdomen de la joven y el calor del líquido le producía una sensación extraña, ella sólo conocía el frío.

Muy pronto el pene se endureció nuevamente, y el sátiro la tomó de la cintura y se lo introdujo dentro. El frío fue más intenso y doloroso, pero el placer se multiplicó como nunca lo habían sentido.

El jadeo, el olor, los gemidos y los besos se despertaron en aquella noche larga, y luego de intensas horas de sexo…El amante murió de frío, pero con una sonrisa en los labios, la misma sonrisa que había tenido al acercarse a ella.

La joven ninfa angustiada se sumergió en el hielo, esperando la muerte para encontrarse con su amado.

Autor: Maximiliano Ezequiel Petazzi, Buenos aires, Argentina.

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