Relato Erótico 25

Deseo

Sola, con la camisa abierta y en bragas rosadas. La casa estaba oscura, excepto por aquella habitación donde ella se encontraba. Estaba buscando algo en refrigerador (Un poco de leche, pensé). Llevaba una camisa blanca en la que se marcaban los pezones de sus pequeños pero bellos pechos ¡Y su braga rosa pegada a su cuerpo!

Ver pasar esas nalgas tan cerca y pensar en ellas, ¡Oh, esas nalgas! Las apretaría hasta cansarme, me gustaría depositar mi cabeza allí y dormir; tan suaves al tacto, tan dulces…Pero volvamos al relato.

Ella se agachó para recoger la botella de agua del refrigerador y ahí tuve una gran vista, sus bragas eran demasiado ajustadas y podía distinguir bien los labios que tanto deseó besar. De pronto me miró o eso pensé. Su cara, su delicada cara, me observaba u observaba a donde yo estaba escondido. El corazón me latía apresuradamente, estaba a punto de saltar pero sus ojos, sus ojos delineados, me daban tranquilidad. Deje caer mi mirada en sus piernas y las imaginaba sobre mis hombros. Estaba excitado, y sentía una gran presión en los pantalones.

Se preguntaran donde estaba yo. Me encontraba debajo de la mesa, cubierto por blanco mantel. Ella no sabía que yo estaba ahí. La conocí hace tiempo en la universidad, era muy bonita y amigable. No éramos amigos pero llegamos a hablar y hacer un trabajo en grupo. Una noche de oscura soledad decidí meterme en su casa y espiarla mientras se duchaba pero cuando entre no había nadie. Espere escondido hasta que volvió, y ahí estaba, sola con camisa abierta y bragas rosadas.

Ella caminaba sensualmente, y sus nalgas parecían danzar ¡Esas nalgas! Y como no observar el agua chorrear entre sus labios y su pera y caer sobre la delicada camisa blanca…Una gota, dos…

Estaba excitado. Tan sólo recordar el momento me produce algo que no puedo describir.

Se fue de la habitación y apagó la luz. La seguí a escondidas y la vi caer sobre una cama matrimonial. Claro que ella no estaba casada. Estaba viendo la televisión, pasando de canal en canal y la luz azul de la pantalla era lo único que me permitía obsérvala. Observaba su bella y pálida piel que contrataban con su oscuro cabello.

Recuerdo que dejó un canal de música. Aquella noche era calurosa pero la habitación parecía un infierno. Lentamente comenzó a dejar caer el agua de la botella sobre su cuerpo. La camisa transparentaba los rosados pezones y el agua chorreaba lentamente sobre su abdomen. Quería depositar mi lengua en su cuerpo y saciar mi sed.

Su mano derecha bajó lentamente hasta introducirse dentro de su braga. No pude ver lo que ocurrió pero imaginó como su dedo o tal vez, y creo que por sus gemidos, sus dedos se introducían poco a poco, y cada vez más rápido, en su vagina.

Comenzó a temblar y gemir. Mi excitación no frenaba y estaba demasiado acalorado para pensar. Veía como lamía los dedos de su otra mano y como se movía de forma frenética su mano derecha. Ahora tocaba sus pezones de forma suave (esos dulces pezones rosados) de una forma angelical.

Y de pronto… ¡Sí! Ella gritó mi nombre. Quede atónito, no podía creerlo, podría ser que otro se llamara igual que yo, pero en aquel momento no lo pensé y me abalancé sobre ella.

Ella se asustó pero luego me besó. Su lengua jugaba con la mía y mis manos tocaron, apretaron y acariciaron sus tan deseadas nalgas. Descendí suavemente por su cuello, dejando marcas, y me hospedé en sus pechos. ¡Tan hermosos! Lamí, besé mordí y la escuchaba gritar de placer. Bebía el agua que quedaba en su abdomen y acaricié con mis dientes su braga.

La presión en mis pantalones era insoportable y me los quité. Le deposité el pene para que lo tomara con sus manos, pero ella lo tomo con sus labios. Subió, bajó y rodeó mi pene con su larga lengua, el que gemía ahora era yo.

Su mirada, tan dulce e inocente, me intimidaba. De pronto hizo uso de sus manos y no pude contenerme. El semen chorreó entre sus dedos, los cuales lamió con la más pura dulzura que puedas imaginar.

Con mis dos manos le quité las bragas y comencé a lamer su vulva, a jugar con su clítoris, hasta que sentí como el “agua” chorreaba entre sus otros labios y entraba en los míos. Se arqueaba, temblaba y yo me excitaba nuevamente.

Quise introducir mi pene dentro de ella, pero ella se alejó. Con la camisa abierta se metió en el baño, más precisamente en la ducha, y allí abrió la llave. Las gotas caían por su oscuro cabello y entre sus senos. Cada gota, cada perfecta gota, la hacían más bella. El maquillaje negro se corría y aquella imagen gótica me cautivaba.

Me desnudé y me metí en la ducha. Nos besamos por mucho tiempo. El calor de nuestros cuerpos se mesclaba con el frío del agua. Sus besos me dejaron marcas en el cuello. Se puso con los senos tocando los azulejos y ahí bajé. Me arrodillé y besé su trasero, recorrí sus nalgas con mi lengua y apreté fuerte, lo más fuerte que podía. Comencé a morder y a lamer su cola y luego apenas rocé su vagina. La oía gritar de placer, y luego la masturbé.

Estuve un buen tiempo masturbándola. Mis dedos estaban húmedos y cansados. Ella apenas podía respirar. Tomó mi pene con sus manos ¡Tan bellas! Y lo depositó en su vagina. Subió sus piernas y las tome con mis brazos. Comenzamos a movernos lentamente, como un baile, una hermosa danza bajo la lluvia.

Y luego cada vez más rápido, apenas podría contener el último aliento. Sentía el semen que quería bañar a la hermosa muchacha y oía a ella gritar y jadear como nunca antes la había visto. Y sus manos apretaban mis hombros, sus uñas se clavaban más hondo.

De pronto me corrió hacia atrás con una mano, se dio vuelta, depositando sus manos en los azulejos, volví a meter el pene en el mismo orificio y apretar sus nalgas y luego a acariciar sus pechos suavemente. El gemido producía música en mis oídos…Queríamos más.

Estaba llegando, ella chorreaba el más rico elixir en sus piernas, y yo quería beberlo. Pero… Ya no lo soportaba…

Quité el pene de su vagina y le indiqué con una caricia que lo chupara, y así fue. Dos lamidas. Su boca quedó blanca. El cálido y pegajoso semen le chorreaba por sus labios y pera y le caía en sus pechos.

Aquella noche dormimos juntos, y en mitad de la noche me masturbé recordando todo, ahora le había acabado en su espalda. El calor del semen la hizo despertar y sonreír. Nunca más me fui de aquella casa.

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