Relato Erótico 12

Don Esteban González González, Secretario General del Excmo. Ayuntamiento de Alcalá de la Rábita (Jaén).

CERTIFICA: Que, de conformidad con los datos obrantes en esta secretaría de mi cargo, así como en los archivos municipales, el día de la fecha de expedición de la presente certificación, a las dieciocho horas y treinta y dos minutos, recibí en el aeropuerto Federico García Lorca de Granada a la señorita Ferrer procedente de la ciudad de Barcelona. El avión llegó con tan solo doce minutos de retraso. Tras un breve abrazo afectuoso y la habitual conversación de cortesía sobre el vuelo, la señorita Ferrer me insinuó con una leve sonrisa que la acompañase a los servicios de la terminal, donde pude ofrecerle la bienvenida que tan ilustre visitante merecía. Aún cuando le molestaba una pequeña herida, aquella oficina fue el probador de sus labios de los que ya tenía sobrada constancia y acompasé la histeria de los besos con recurrentes pellizcos rojos que avergonzaron sus pechos. Así estuvimos unos minutos de trámite delicioso hasta que la señorita Ferrer comentó que nunca había recibido una acogida tan fría y distante en un aeropuerto y súbitamente dibujó su maravillosa mirada de gata en celo bajándose las bragas. Debía resolver aquella instancia en el acto y sin mantener la compostura claudiqué arrodillado, subí la falda y le rendí pleitesía haciendo burla para consolar elegante la pupa que ya le reventaba llorando. Una orden delicada y un segundo bastaron para mutar el aeropuerto en sanatorio y al fedatario en camaleón sedante. Ella agradeció mi tacto acariciando suavemente mi pelo mientras vigilaba la escena a través de un gran espejo que había en los baños. Me consta que a la señorita Ferrer no le gusta mirar directamente a sus parejas sexuales, sino filtradas a través de un espejo. Le resulta bajo y soez mantener relaciones visualmente directas y en ocasiones como esta se siente más cómoda pensando, que simplemente observa como le comen el coño a otra. Contradictoria y sumarísima me estampó las retinas para recriminarme el ensimismamiento vaginal gritando,“¡mírame a los ojos cuando me comes el coño¡, “Ten un poco de respeto”. Muy ofendida añadió negando con la cabeza, “pero que poca vergüenza tienes”. Alzando bruscamente los párpados la miré cariacontecido pero continué mi concienzuda labor buscando su aprobación apremiante con las cejas de punta, mientras la oía decir que ya no había hombres como los de antes. Tras varios minutos relamiendo y rotando las córneas desorientado, (no sabía si mirarla a ella o al espejo), me preguntó altanera y despectiva que si únicamente le iba a comer el higo, que si no tenía huevos en señal de cortesía granaína, de follarla mirando “pa” la Alhambra. Sumergido en la vulva e hipnotizado por mi hechicera apenas pude balbucear alguna estúpida disculpa sobre mis escasas dotes para la orientación, pero añadí que, en todo caso, podía ponerla mirando a Cuenca, que esa dirección si la conocía. La señorita Ferrer desaprobó mi impericia y amagó con abofetearme pero finalmente se mostró condescendiente y dijo “La Alhambra o Cuenca, que más dá, pero fóllame.” Ahora mismo no podría dar fe, ni acreditar, si lo hicimos mirando a la Alhambra o a Cuenca, aunque tras repasar y verificar los hechos, la orientación del espacio y la dirección de la minga, probablemente fue avistando Estambul. Poco después me reprochó insistentemente que hubiera tenido la desfachatez de joderla en cincuenta segundos. Me disculpé mirando al suelo y quise desaparecer. Mi misión era dar fe de los hechos y no había estado a la altura de las circunstancias y mi ilustre visitante no merecía un recibimiento tan efímero y barato. Cuando ya casi alcanzaba la puerta de servicio la señorita Ferrer me avizoró con dulzura, y bajando los ojos con un brote de pícara tristeza en la mirada, me susurró: “Ivaánn, Ivaánn, no te vayas. Iván, perdóname; sé que soy una desagradecida, sé que me he portado mal”. Dándome la espalda, se giró hacia Estambul, la Alhambra o Cuenca, yo que sé, se bajó aún más las bragas y se subió aún más la falda. No necesitaba más instrucciones. La penetré por detrás con fuerza y una puntada de rabia, ya estaba hasta la polla. Con una mano agarré sus muñecas y con la otra la sostuve firmemente tirando de sus cabellos. Ocasionalmente soltaba amarras y la azotaba violentamente con la mano abierta castigando su chulería, avivando sus agudos chillidos y paralizando su resistencia mentirosa. En aquél momento desconocía cualquier dato acerca de la orientación del polvo, pero en mi fuero interno, en lo más profundo de mi alma, sabía que la estaba poniendo ¡mirando a Cuenca¡. Debo dejar constancia fehaciente de hasta qué punto le apasiona llegar a ese extremo gris en que se confunden el placer y el dolor físico, donde un sorpresivo y acrobático cambio de roles genera en el cerebro femenino una gigantesca sacudida eléctrica que hace que se estremezca hasta la terminación nerviosa más vaga de su coño, desvaneciendo siglos de civilización y lucha por la liberación de la mujer, en un humillante sueño de dominación. En esos instantes feroces de milésima congelada se abandona vencida a una derrota plácida sin heridas mortales, y ante la brutalidad del polvo, su único mecanismo de defensa es lubricar, gemir y temblar; lubricar, gemir y temblar, derramándose una y otra vez, como si pretendiese falsamente ahogar mis embestidas anegando la estancia en lubricidad. Una última venida colosal inundó el aeropuerto y la ayudé a desplomarse disecada sobre la taza del water. Aunque no había hecho la primera comunión, la escuché rezando, ay Dios mío, ay Dios mío, como un feligrés celebrando el advenimiento del mesías corriéndose de gusto. Tirada en el suelo parecía una dorada sin agua resoplando asmática, y mientras su ojito se retorcía latiendo avergonzado, unas lágrimas violaron su rostro. Seguramente se sentía la mujer más feliz o la más puta. En un arrebato de filantropía me agaché para acariciarle suavemente el oscurillo con la punta de la lengua, en un milagroso acto de reconciliación tenebrosa. Ella se quedó quieta como un muerto. Aunque no se movía, jamás una moribunda agradeció tanto la medicina, ni el placer terapéutico de una serpiente. Me acojoné cuando, resucitando como un zombie, miró fijamente al espejo de los baños para examinar fielmente a su curandero con los ojos como platos. Inmensamente relajada disfrutó absorta del espectáculo. Sin duda no se sentía la más puta, no. Que feliz y cómoda se encontraba pensando que aquella estampa le era ajena, que simplemente observaba como le lamían el culo a otra. Esa es la gran virtud de la señorita Ferrer, y doy fe de ello, siempre sabe cómo provocar, aunque sea en la tierra de la malafollá, que le hagan una gran bienvenida. Y para que conste donde proceda expido la presente certificación, de orden y con el visto bueno del Sr. Juan Montoya Cortés, en su calidad de Alcalde Accidental, de conformidad con el Decreto de delegación de atribuciones nº 1145/13, de 17 de mayo de 2013, sellado y visado, en Alcalá la Real a 18 de mayo del año dos mil trece.

Vº Bº

Fdo. Juan Montoya Cortés

EL SECRETARIO

Fdo. González González de la Gonzalera.

P.D. DECRETO nº 1145/13.

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