Relato Erótico 24

ÁTAME

Estaba la semana pasada de rodríguez y siempre había oído hablar del bondage y tenía unas ganas locas de probarlo y aprovechando mi soltería pasajera me decidí, busqué en la página de contactos del periódico y solicité un servicio en mi domicilio de una profesional del ramo. Por teléfono ya me encandiló, que si era muy malo, que si me iba a castigar, que me iba a enterar de lo que vale un pene, perdón, un peine. Tuve que sujetar el aparato con el hombro, pues no tenía manos para tantas cosas, en fin que la cosa prometía. Comí deprisa, bueno más que comer, me tomé el menú del rodríguez, fabada litoral grande con dos vermús y dos latas de cerveza. De postre, restos de helados de varias clases, uno de ellos al rato, me di cuenta que era un puré de zanahorias.

La espera se me hizo larga y me duché para estar limpio y sería por el jabón o por la de pasadas que me di, que me puse como un verraco y tuve que aliviarme.

Me tomé dos whiskys cargaditos que me pusieron de buen humor y encendí el equipo con música chill out de temas eróticos.

Sonó el timbre, di un bote, abrí la puerta. Yo, apoyado en el quicio de la mancebía, sonreí al acordarme de la canción.

En el umbral, una mujer cuarentona, discreta en el vestir, con un bolso enorme, de buen ver, que dijo llamarse, Dómina Libertad.

Intenté darle un beso, pero me dio un cachete no muy fuerte y me hizo a un lado de malas maneras.

Me ordenó llevarla a un cuarto para vestirse.

Me tomé un vaso grande de whisky sin hielo mientras se cambiaba.

Se abrió la puerta y apareció Catwoman, botas altas de cuero de punta fina y tacón de aguja, pantalón negro tipo malla donde se podía leer en los labios, chupa con la cremallera a medio bajar o a medio subir, como si fuera gallega. Gorro negro con orejas felinas, antifaz y unos labios rojos pasión que quitaban el hipo.

No tardé en desnudarme y al acercarme un zurriagazo con el látigo en mis partes que me dejó temblando.

Me agarró del pito y me llevó al cuarto, me sentó en la cama y pasó la tarjeta por la bacaladera y me puso las normas, me dijo, te voy a atar pero si quieres parar, tienes que decir «como fruta madura».

Me hizo firmar un consentimiento informado con multitud de cláusulas como si me fuera a operar a corazón abierto. Noté un pálpito en mis zonas pudendas, lo achaqué al deseo, pero creo que fue porque me entró un poco de canguelo. Ahí, tendría que haber desistido.

Me ató a la cama con cordaje de seda como a San Andrés, en aspa y se subió a la cama con sus taconazos e inició un baile en mi escroto que me hizo chillar, aunque me gustó un poco, dije “verdura” pensando que pararía, pero nada.

Me puso un anillo constrictor en el pene con un vibrador y yo notaba que se iba estrangulando y poniendo morado, dije “melón”, nada, “sandía” y nada.

Sacó vaselina y una porra de policía, me untó y metió un palmo en el recto, grité y chillé «macedonia» y siguió metiendo hasta llegar al pomo del mango y la correa.

Me arañó por delante y por detrás y con un hilillo de voz dije «pera madura», me puso dos pinzas de la ropa en los pezones y «plátano maduro» y nada,  lluvia dorada y  me retorcí de escozor.

Tomó la fusta y se dirigió, trepando por mis piernas hacia mi pene enhiesto, el cerrojo de la puerta crujió y una voz» cariño, sorpresa, he vuelto», me miré y la vi, por fin, como fruta madura.

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