Relato Erótico 37

Una dulce adicción

Seudónimo: Vexy Prentiss

“¿Qué le viste a él?” Es la sonora pregunta con la que no me dejan de molestar mis familiares y mis amigos más cercanos. Quizás ellos esperaban que me consiguiera un novio con un cuerpo de galán de cine, o con una cara de modelo italiano, y quizás, si yo tuviera quince años de edad, sí habría optado por un novio con apariencia de muñeco.. pero con media neurona en el cerebro. Afortunadamente, como todo el mundo sabe, a veces tu propio corazón te sorprende y si te dejas, te lleva de paseo por caminos desconocidos.

Yo era una mujer muy “calculadora”, de esas que prefieren parecer cubos de hielo antes que permitir que cualquier torpe las toque… hasta que lo conocí a él, y entonces, mi muralla comenzó a derrumbarse poco a poco. No sucedió en una noche, pero desde el principio supe que había algo inquietante en la mirada del chico nuevo de la oficina. Sus brillantes ojos marrones me transmitían un sentimiento muy intenso, difícil de explicar, pero capaz de erizar mis sentidos. No queriendo arriesgarme a entrar dentro de un juego peligroso, me decidí a tratar de evitar cualquier tipo de contacto visual con él, pero fue en vano. Como un cazador que vigila desde las sombras a su ágil presa, él utilizó toda su inteligencia para localizar cada uno de mis escondites en el edificio, y aprendió a sacarme de ellos, utilizando siempre ingeniosas excusas que me hacían reír.

Traté de fingir desdén, pero pronto me cansé al darme cuenta que únicamente estaba engañando a mi propio corazón. Para mí, ya no había salida alguna; en lugar de pensar en los asuntos del trabajo, me la pasaba soñando con esos carnosos labios, imaginando que él los posaba sobre cada milímetro de mi cuerpo, hasta inundar de humedad mis rincones más íntimos. Aunque nuestra relación en el ámbito laboral era parecida a un tipo de amistad íntima, yo podía sentir en cada uno de los roces de nuestras manos que él deseaba algo más, y yo estaba más que dispuesta a volver realidad esos deseos que se agolpaban en nuestros corazones. Lo bueno fue que el destino, conspirando a mi favor, no se tardó mucho en acercarnos más. El ansiado día llegó sin aviso previo, después de una fiesta organizada por unos compañeros de la oficina. El dulce fuego del licor corrió libremente por nuestras venas, y así, sin más, nos entregamos por completo a la pasión. Jamás esperé que un hombre lo lograra, pero él me hizo sentir que dentro de mí no había una ejecutiva atareada, sino una pequeña fiera, ansiosa por devorar al bello ejemplar masculino que estaba frente a sus ojos. Con sus hábiles manos acariciando mis zonas más sensibles, perdí por completo la noción del tiempo, y cerrando los ojos, me entregué a un suave y antiguo ritmo, que se ha encargado de entrelazar los cuerpos de los amantes desde tiempos inmemoriales. Honestamente, esa vez disfruté tanto de la dulce miel que él derramó sobre mi cuerpo, que ahora creo que ya no puedo puedo vivir sin ella. Como desesperada, busco sentir cada día ese embriagante aroma que sube la temperatura de mi cuerpo incluso en los días más fríos. Mis amigas dicen que esa adicción me está destrozando la vida por completo, y a mí no me importa, porque ese vicio me hace sentir que puedo tocar las puertas del mismo cielo con mis labios.

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