Relato Erótico 7

CENICIENTA

Aún me tiembla todo el cuerpo, he acabado exhausta, pero mi yo interior sabe que esa agitación no es simplemente del cansancio. Sigo estando algo nerviosa, aunque nada comparado con horas antes o incluso días. No pude dormir si quiera la noche anterior. Ni la ducha caliente que me di antes de la cita, calmó mi ansiedad.

Es la primera vez que lo hago, nunca antes había copulado con un chico que acabo de conocer horas antes. Nadie sabe mi paradero esta noche y eso también me asustaba, por si algo me ocurría y nunca llegaban a encontrarme. Sólo buscaba el placer, egoístamente sólo me preocupaba mi propio placer, ese que nunca me habían dado, ese que ningún chico joven e inexperto había logrado satisfacer y ese que me preocupaba por si era culpa mía y alguna disfunción me hacía no sentir. Quería sentirme viva, que me hicieran vibrar.

¡Y aquí estoy! Inquieta pero relajada, sofocada pero aliviada, turbada pero despreocupada, sola pero viva, muy viva.

Sólo de pensar en lo que ha ocurrido hace unas horas en esta misma habitación, hace que mi corazón se contraiga, mi estómago se retuerza, mi boca se seque, mi piel se erice, mi cuerpo se tense, mi clítoris se inflame, mi vagina se dilate, mis bragas se humedezcan…

Con dos gin-tonic y una conversación de lo más amena y agradable, Marc y yo, que así era como se llamaba y se llama el chico, decidimos subir a la habitación del hotel. De camino al ascensor me preguntó si estaba nerviosa. Creo que mi juventud, la expresión de mi cara y el temblor de mis manos me delataron. Marc, dulcemente, me quitó un mechón de pelo que caía por mi cara, lo guardó tras la oreja y me dio un suave beso en la mejilla. Me tomó de una mano, la apretó fuerte y me animó a salir del ascensor.

La habitación olía suave. Un ambientador de dama de noche perfumaba el ambiente, haciéndolo más cálido y agradable de lo que era. Había una cama enorme, con sábanas blanca. Un tríptico abstracto en tonos rojos y caobas, adornaba el cabecero de la cama y a la derecha, un sillón y una pequeña mesita con una cubitera, de la cual asomaba una botella y dos copas. Justo encima, la ventana, con las increíbles vistas de la ciudad iluminada. Él había puesto luz tenue y me invitó a una copa de champagne rosado frío, muy frío, que mi boca agradeció al refrescarse y humedecerse de nuevo. Desubicada ante la situación, con las manos frías y húmedas, Marc me indicó que fuera al baño, me pusiera cómoda y saliera cuando me sintiera lista.

Inspiré profundamente por la nariz tres veces, frente al espejo, soltando muy despacio el aire por la boca, para intentar calmar mi estado ansioso. Me retoqué el colorete y el gloss de labios y eché un poco de perfume en las puntas de mi cabello, quería oler bien para Marc, pero también pretendía evitarle el sabor amargo que deja el perfume en la boca, al lamer la piel. Saqué de mi bolso un conjunto de lencería negro, de sujetador y tanga, con encaje de puntilla y me puse encima un camisón minúsculo de microtull. Me sentía elegante, sugerente y sexy. Decidí salir de la habitación al reencuentro con Marc.

Él estaba tumbado en la cama, que previamente había destapado. Su ropa estaba delicadamente doblaba y colocada en el sillón que había junto a la ventana. Me dirigí con paso lento pero firme hacia él y fue entonces cuando se levantó, me cogió por las manos y tomó el control de la situación. Esto hizo que me relajara un poco… me dejé llevar.

Besó suavemente mis labios, bajó por mi mentón y rodeó mi cuello de besos y suaves lametones. Empezó a desnudarme de forma diestra, lentamente y besando y acariciando cada parte de mi cuerpo que dejaba al desnudo. Empecé a sentirme muy excitada. Marc empojó mi cuerpo dócilmente hasta que me tumbó en la cama. Estaba completamente desnuda y pese a ello, empezaba a sentirme acalorada. Comenzó a masajear mis senos y lamió pacientemente mis turgentes pezones tirando pequeños e inofensivos bocados con sus labios. Metió su dedo corazón en mi boca, hizo movimientos circulares dentro de ella, como queriendo recoger una buena cantidad de saliva y bajando en línea recta por el mentón y el canalillo, llegó al ombligo, se detuvo y besó de nuevo delicadamente mis labios. Abrí muy despacio la boca y mi lengua se encontró con la suya. Sabía dulce y estaba fresca, seguramente por la copa de champangne que se bebió mientras me esperaba. Dejó de jugar con mi lengua y mientras su mirada penetraba sin disimulo la mía, volvió a bajar su dedo, esta vez hasta mi clítoris. Un suspiro ahogado salió de entre mis labios. Hacía movimientos exquisitos, circulares y deslizantes sobre él. Mi cuerpo se estremecía con cada uno de esos masajes. Aceleró el ritmo a la par que yo mi respiración. Él corazón empezaba a bombearme demasiado rápido, su dedo había tomado un compás irrefrenable y dulce, muy dulce que hacía que me retorciera en la cama y justo cuando empecé a quejarme para dar alivio a mi orgasmo, apretó toda su mano contra mi vulva, haciendo una presión insoportable, reprimiendo mi orgasmo y cortando mi respiración. Paró en seco unos segundos y mientras yo interiormente maldecía ese momento e intentaba reponerme, una suave y húmeda sensación empezó de nuevo a acariciar mi clítoris. Sorbía y lamía de forma experta y sin prisa mi sexo. Notaba como su virtuosa lengua, pasaba desde la entrada de mi vagina hasta el glande de mi sensible clítoris. Se regodeaba con éste, jugó a su antojo, con lametones y absorbidas que me estaban haciendo perder el control y en una de ellas, cuando empujo con la totalidad de su lengua mi clítoris y después lo besó con los labios, estallé. Un chillido ronco salió de mi garganta, la respiración se me entrecortaba, soplaba, quería más, quería besarlo, quería otro orgasmo…

No dejó que me incorporara para poder acariciarlo cuando echó su cuerpo contra el mío. Quería jugar en poco más. Noté su pene erecto en mi entrepierna y eso hizo de nuevo que me excitara aún más. Cogió un condón de la mesilla, rasgó el papel y de forma hábil y rápida, se lo puso. Me abrió las piernas y empezó a introducir su firme pene en mi vagina, despacio, muy despacio y cuando llegó al fondo, bruscamente lo sacó. Esa sensación hizo que otro gemido se me escapara. Me estaba matando. Repitió esto un par de veces más, dejándome con la miel en los labios y mientras ya esperaba una cuarta, me envistió con su pene, dejándolo dentro un par de segundos para empezar lentamente a moverse. Meneaba las caderas con movimientos de dentro hacia fuera, pero también circulares. Sus empujes eran tan fuertes, pero a la vez placenteros, que hacía que su pubis chocara contra mi clítoris hasta el punto de provocarme un segundo orgasmo surgiendo de mis adentros una intensa sacudida en todo mi sexo que se extendió hacia mi pelvis haciendo que me reclinara hacia él para luego caer de nuevo y bruscamente sobre la almohada. Nuevamente, sin esperármelo y sin llegar a retomar el ritmo normal de mi respiración, me cogió por la cintura y me dió la vuelta, dejándome boca abajo e impidiéndome ver lo que iba a suceder. De repente volvió a invadirme con su pene. Su pecho sudado mojaba mi espalda y sus jadeos retumbaban en mi oreja. Emprendió modernamente esa dulce danza trivial, sus movimientos explotaban dentro de mí. El deseo y la excitación, que en ese momento eran máximos, hicieron que con pocos movimientos estallara de nuevo, esta vez la sensación me sobrecogió de tal modo que ni fui consciente de su propio orgasmo.

Marc quedó dentro de mí, exhausto, jadeante. Yo no podía moverme, me pesaba el cuerpo y no era porque él estuviese encima, eso ni me importaba. Los tres orgasmos me habían dejado sin aliento, tenia paralizados la mayoría de mis músculos, no dejaba de tragar saliva e intentaba poner en orden mi respiración.

Cuando Marc, se recuperó y salió suavemente de mi, se levantó, me dio un golpecito en las nalgas y se metió en el baño.

Y así me dejó, muerta y esperando lo inminente.

Cuando me recompuse, me volví a poner la ropa interior y el sexy comisión y fui a por una copa de champagne rosado, esa fresca bebida que sabía me daría de nuevo la vida. Tomé un par de copas a sorbitos. Marc salió del baño ya vestido y aseado. Tomó mi copa y bebió de un tirón el último trago que quedaba en ella. Entonces me di cuenta que ya era media noche. Habían pasado dos horas desde que me cité con ese desconocido.

Fui a mi bolso, saqué el monedero y le di doscientos euros. Los dobló, se los metió en el bolsillo trasero del pantalón. Tomó mi mano la besó y sin más salió por la puerta.

Lo vi atravesar la calle desde la ventana de mi habitación, hasta que desapareció entre la oscuridad.

La carroza de cristal se rompió y se volvió calabaza, tristemente no había quedado ni el zapatito, pero yo sabía que eso iba a suceder, así que cogí la botella y la empiné para beber. Al fin y al cabo, para él es un trabajo y para mí la mejor noche de placer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *