Es cierto que el sexo solo es un parche, una tirita en una herida… Pero a veces calma mejor que un diazepan de un gramo. Te quedas nueva, relajada y tan serena. Muchos médicos deberían de prescribirlo.
Había tenido un día horrible. El trabajo cada vez escaseaba más y todos teníamos presente que en cualquier momento uno de nosotros abandonaría el barco para irse de cabeza al paro. Era una losa que pesaba mucho, muchísimo y desgasaba aún más.
Salí del trabajo, me despedí y cerré la puerta. “Respira tranquila, respira”, me dije mientras me encendía un cigarro. Me quedé un momento en la puerta, respirando, cogiendo aire… Entonces la escuché…
– ¡Hola! – Me dijo acercándose y plantándome dos besos – ¿Qué haces por aquí?
– Hola… -Dije un poco sorprendida… -Trabajo aquí –Le dije señalando la puerta que tenía detrás de mí- ¿Y tú?
Al parecer había salido a hacer unas compras y ya volvía a casa cuando nos encontramos. Hablamos en cinco minutos más de lo que habíamos hablado en años, la verdad. Apagué mi cigarro y me despedí.
-Bueno Montse, me alegro de verte, de verdad. Llámame un día y si quieres tomamos una cerveza ¿Te parece? –Le dije-
-Claro, pero si quieres, podíamos tomar esa cerveza ahora, si no tienes nada que hacer, claro.
La pregunta se me repetía en la cabeza. ¡Qué narices! Pues claro que sí, total, ¿Qué iba a hacer? ¿Llegar a casa y enfundarme la bata y ver la televisión?
Enfilamos la calle hacia el centro, ella decía que conocía un sitio nuevo en el que servían las mejores cervezas de trigo de toda la ciudad.
El local era nuevo, ambientado como las típicas tabernas irlandesas, era acogedor. Nos sentamos en un lateral, en unos sofás frente a un vaso enorme con una cerveza. Y comenzamos a hablar. Encontrarme con Montse fue volver a mi pasado, fue como ver un álbum de fotos antiguas… Ella había sido tan importante en mi vida y habíamos compartido tantísimos momentos.
-¿Y cuándo fuimos a esquiar?- Las dos comenzamos a reírnos- ¿Cuántas veces nos caímos?
-¿Y lo bien que lo pasamos? –Me preguntó ella-
Me levanté y pedí otras dos cervezas. Repetí esta operación dos veces más. La conversación había dado un vuelco increíble. Habíamos pasado de preguntar por la familia y amigos en común, de recordar viajes a hablar de temas más calientes… Siempre se termina hablando de lo mismo ¿O no?
-¿Y la vez en casa de tus tíos, en la cena…? –Me preguntó divertida.
-¡Cómo para olvidarlo! Claro, es que te bebes dos copitas de vino y te da por empezar a tocarme por debajo de la mesa… Y mis padres, mis tíos y mis primos en frente… -añadí yo entre risas… –
-¡Pero nadie se dio cuenta! – Se defendió ella- Ni cuando te levantaste para ir al lavabo y al ver que tardabas, me excusé y fui a buscarte… ¿Recuerdas? – Y volvimos a reír-
Salimos del local un poco mareadas debido a la cerveza y a tantos recuerdos. “¿Vives en el mismo sitio?” Le pregunté. Y nos dirigimos hacia su casa.
Al llegar a su portal notaba los efectos de la cerveza, que me hacía ser más valiente que de costumbre. Aunque también era cierto, que me apetecía y mucho. La empujé al interior del ascensor cuando las puertas de éste se abrieron y comencé a besarle. La deseaba. Sus labios, que recordaba perfectamente a que sabían me recibieron entreabiertos cuando mi lengua les lamió. Su boca se abrió al contacto con la mía y comenzó a besarme. Yo la tenía agarrada de la cara, no quería soltarla. No quería dejar de besarla. Ella me agarraba de la cintura y me atraía y me apretaba contra su cuerpo.
Las puertas del ascensor se volvieron a abrir cuando llegamos a la planta dónde ella vivía. Sin dejar de besarnos, metió su mano en el bolso y sacó un manojo de llaves. Palpó una a una hasta que encontró la que buscaba. Me empotró contra la puerta de su casa mientras maniobraba para abrirla. “Cuidado” me susurró en mi oreja mientras me mordía el lóbulo.
Me empujó con cuidado al interior. Nos paramos en cada una de las esquinas, dónde seguíamos besándonos y restregándonos con todo nuestro cuerpo. “Es aquí”, me dijo de repente.
Me dejé caer en la cama y ella lo hizo sobre mí y se quitó la camiseta. “Me encantan tus tetas, nena” Le dije mientras colaba mi mano por debajo de su aro y se las acariciaba. “Espera, que me lo quitó”. Dejó al descubierto sus pechos, sus magníficos pechos. Eran grandes pero sin pasar la barrera de muy grandes. Eran perfectos para mi mano y también para mi boca. Me incorporé un poco, saqué la lengua y comencé a lamerle un pezón. El contacto de mi lengua fría y húmeda hizo que enseguida se pusiera duro, muy duro. Pasé mi lengua otra vez y después otra, al final ella se abalanzó y siguió besándome.
Me agarró ambas muñecas sin parar de besarme y me las colocó por encima de la cabeza, “Ni te muevas…” Me dijo clavándome su mirada más sensual. Me hizo incorporarme un poco y me quitó la camiseta. “No has cambiado nada… Así te recuerdo…” Sin quitarme el sujetador, me lo echó hacia arriba y comenzó a lamerme. Montse era de las que les gustaba mordisquear los pezones, así que no tardé en notar sus dientes. Eran pequeños mordiscos que combinaba con dulces lametazos… Mis pechos, duros como piedras adoraban lo que les hacía.
No sé exactamente como fue, pero cuando me quise dar cuenta, me había tapado los ojos con mi camiseta. “¿Qué haces…?” Pregunté en una mezcla entre asustada y excitada… “Tu confía en mí…”
Así que ahí estaba yo, boca arriba, con las manos “inmovilizadas” por encima de mi cabeza, la cara tapada y una mujer lamiendo y besándome todo el cuerpo… ¡Me encanta!
De repente, me desabrochó el vaquero y comenzó a deslizarlo por mis piernas, que enseguida quedaron desnudas. No sé qué me excitaba más, si la situación o lo que me estaba haciendo…
Comenzó a acariciar mis piernas desnudas, mis muslos la recibieron con ganas, erizándose el vello por donde sus dedos pasaban. Se me escaparon dos gemidos casi simultáneos y ella subió hasta mí, lamiendo mis labios e introduciéndome su lengua en mi boca, hasta dentro. Me sentía húmeda, la sentía a ella húmeda… Nos conocíamos tan bien…
Intenté agarrarla para poder acariciarla… Pero ella reaccionó inmediatamente, llevando mi mano otra vez a su lugar, encima de mi cabeza… “No seas mala… O tendré que castigarte…” Me dijo en apenas un susurro. “Pero… “Intenté responderle, pero enseguida me interrumpió… “¿También te tengo que hacer callar…?” Me preguntó en un tono juguetón. “A ver si con esto, aprendes a callarte…” Fue entonces cuando noté que tenía su pezón en mi boca, casi dentro de mi boca. “Así estarás callada, ¿verdad?” No podía ni responder. Notaba su pezón duro en mi boca. Mi lengua lo lamía haciendo círculos, haciendo movimientos rápidos… Comencé a morderlo casi por inercia, como si fuera el siguiente paso que debía dar, cómo si ella me lo estuviera susurrando…
Su mano se deslizó por mi vientre hasta mi sexo, que la recibió arqueando mi espalda y lo que no era la espalda. Introdujo su mano por el interior de mis braguitas y bajó hasta la fuente de calor. Estaba caliente, muy caliente… “Estás empapada, pequeña…” Me susurró. Volví a arquearme al sentir su suave voz… “Es culpa tuya… Ya lo sabes…” Le respondí con la boca entreabierta mordiendo de nuevo su pezón, su duro y jugoso pezón.
De repente se movió y volvió a susurrarme, como si hubiera alguien en la habitación de al lado que pudiera escucharnos… “Es hora de quitarte estas braguitas… “
La sentía a los pies de la cama. Era una sensación tan extraña tener los ojos tapados y las manos atadas… El hecho de tener que imaginarte cada uno de sus pasos, cada una de sus intenciones y que de repente, te de un beso, te muerda el labio o el pezón… Era muy excitante.
Yo la sentía a los pies de la cama, cuando me hizo elevar un poco mi culo para poder ir quitándome lo único que quedaba de ropa… “Primero una pierna… Ahora la otra… “Me iba diciendo, como acariciando las terminaciones, como acariciando mis ganas…
Me flexionó una de las piernas y comenzó a besarla. Llegó hasta la rodilla y continuó por la cara interna de mi muslo, convirtiendo el tacto en burlonas cosquillas. Su lengua ávida dibujaba extrañas figuras sobre mi piel erizada. Ascendía, consiguiendo un jadeo incesante por mi parte y volvía a bajar. Notaba sus manos apretar mis caderas. Me colocó la otra pierna en la misma postura, flexionada. Me agarró por las caderas y me arrastró cama abajo, hacia los pies. Ella, en el suelo de rodillas, o eso me pareció, comenzó a lamerme mi sexo empapado. Mis gemidos se sucedían los unos a los otros, primeramente porque no me lo esperaba y me pilló con la guardia baja y en segundo lugar, porque es una delicia cuando sientes una lengua en tu entrepierna, una lengua juguetona, que no para de moverse.
Me agarraba fuerte a las sábanas mientras gemía, cómo hacía mucho tiempo que no gemía.
-¡Madre mía, Montse…! Ohhhh – Le decía en bucle.
Y ella, como ausente, seguía lamiéndome, haciéndome disfrutar. Noté enseguida que su mano también colaboraba. Sus dedos, hábiles, comenzaron a acariciarme a la vez que ella me mordisqueaba el clítoris. “Mételos… Mételos…” Le suplicaba yo empapada y cachonda, muy cachonda.
Al final, sucumbió a mis ruegos y me introdujo un dedo… “¿Solo uno?… ¡Venga ya!” Le dije… Jugó con su dedo dentro de mí, lo movía, lo sacaba, lo volvía a mover, me mordía… Era un no parar, un juego no apto para cardíacos… Y me metió el segundo dedo. Sus movimientos se volvieron más rítmicos, siguiendo una pauta. Enseguida me corrí, alcanzando uno de los mejores orgasmos que he experimentado. Sin ver, sin hablar casi, sin tocar…
Aun me sacudían los espasmos en las piernas, aún tenía la respiración acelerada cuando ella se colocó a mi lado, me destapó la cara y me besó. “Sabes tan bien…” Me susurró.
-Dame un segundo – Le dije mientras le robaba un beso –Solo uno.
Me volvió a besar y se dirigió al baño, “No te vayas…” Me dijo al salir por la puerta del dormitorio…
Me quedé extasiada en la cama. Había sido increíble haberla encontrado a la salida del trabajo, haber tomado unas cervezas y después esto… Un plan inmejorable, la verdad.
Me levanté y fui hasta la puerta del dormitorio, el baño estaba al final del pasillo a la derecha, cómo casi todos, ¿O no? La esperé en el pasillo, no tardó en salir.
Me miró extrañada, aunque no le dio tiempo. Me acerqué a ella sin miramientos ni contemplaciones y la empotré contra la pared, menos mal que no tenía gotelé, pensé divertida.
Nos besamos como si no lo hubiéramos hecho nunca, cómo explorando nuestros límites. Nos besábamos con ganas, con pasión, con un “te he echado de menos” dibujado en cada jadeo que moría en los labios.
Ella me apretaba contra su cuerpo. Mi desnudez contra su vaquero… ¡¡Vaquero!! Aún estaba vestida… “¿No crees que te sobra algo de ropa?” Le dije mientras me arrodillaba y le desabrochaba el pantalón. Notaba su humedad a distancia. Le quité el pantalón y le dejé puestas las braguitas… “Todo a su tiempo, pequeña…” Le dije. Le agarré del culo con fuerza, obligándose a echar la cadera hacia delante, hacia a mí. Y por encima de la ropa interior comencé a besarle su sexo. Su humedad me hizo estremecer y sentir que quería más. Le acaricié por encima de su ropa con mi lengua y con mis dedos. Sus manos, se anclaban en la pared con fuerza, con tensión mientras gemía. La vista desde ahí abajo era insuperable. Mi boca entre sus piernas, degustando cada milímetro. Y si alzaba la cabeza veía sus pechos desnudos, sus pechos tersos y grandes y sus pezones erectos, muy erectos. Me excitaba, me encantaba.
Le eché hacia un lado la braga e introduje mi lengua al interior. Empapada. Le cogí la pierna y me la coloqué encima de mi hombro, así tenía un ángulo de 90 grados para mí, para acceder a todos los sitios… Esa pequeña apertura me dio mucho juego. Volví a echar hacia un lado la braguita y seguí lamiendo. Su sexo me recibía con ganas, con pequeños pero sabrosos espasmos que se sobrevenían sin preámbulos.
-Te vas a correr en mi boca – Le dije, alzando la cabeza y contemplando sus pechos desnudos. Ella, me miró y se mordió el labio – Quien calla…
Continué con mi labor sobre su clítoris, que se estremecía. Adoraba lamer el sexo de otra chica. Sentir en tus labios, en tu boca o en tu lengua toda su humedad y todo su calor. Era realmente sensual estar entre sus piernas y lamerle, lamerle hasta que alcancé el clímax, hasta que sus gemidos y sus jadeos sean solo los teloneros de un sinfín de espasmos y su boca se quede seca, muy seca, al contrario que su sexo…
Así fue. Le sorprendió el orgasmo cuando mi lengua volvía a pasar bordeando su clítoris. Cuando noté que alcanzaría así el orgasmo, le agarré fuerte del culo y la acerqué cuanto pude hacia mí, hacia mi boca. Quería que lo sintiera, quería que me sintiera.
-¡¡Uf!! -Exclamó con la respiración aun entrecortada –Al final me he corrido en tu boca…
Me levanté y me puse a su altura. La besé. “Sí… En mi boca… “Le dije sonriendo, satisfecha. Me quedé pensativa mientras la miraba de arriba abajo… “¿Qué?” Preguntó curiosa “¿qué pasa?” Volvió a preguntar.
-Que estos – Dije mientras movía mis dedos como si tocara el piano- También quieren ser los causantes de tus gemidos… -Dije acabando la frase mordiéndome el labio… -¿Te apetece?
No le dio tiempo ni a responder. Me puse delante de ella y me lancé a su cuello. ¿Qué tendrán estos besos que a todos nos vuelven locos? Su vello se erizó con la misma rapidez que sus gemidos aumentaban de tono e intensidad. Mi mano, como si llevara una brújula se dirigió directamente a su sexo. Se deslizó por el interior de su ropa interior y comencé a acariciarla. “¿Te acuerdas?” me preguntó en medio de un suspiro. “Claro que me acuerdo… de fuera a dentro” Siempre le gustaba que comenzará introduciendo mis dedos dentro de ella, que jugara moviéndolos dentro, decía que le gustaba mucho sentirme. Así que eso hice. Deslicé un poco más mis dedos hacia el interior, que con la humedad que allí reinaba, fue bastante fácil y me colé. Su cuerpo se contrajo al sentirme. Comencé a mover mis dedos con la habilidad de la que se sabe la jugada y juega con ventaja. Sus labios entreabiertos comenzaron a suspirar al mismo ritmo que mis dedos se movían dentro de ella. Ahogué esos suspiros en un beso y mi lengua sintió toda su tensión. Me mordió el labio inferior y noté que su sexo estaba a punto de explotar. Comencé a acariciarla por fuera, como a ella le gustaba. “Ve al clítoris, al clítoris…” Me susurraba a un milímetro de mis labios. Hice del clítoris mi barricada. De ahí no me iba a mover hasta que se corriera… Mis dedos empezaron a moverse enérgicamente bordeándolo, apretándolo como si fuera un botón. Ella se tensaba, notaba su cuerpo arqueado por el placer y sus uñas en mi espalda, clavadas. Soltó tres gritos y comenzó a gemir con un mítico “No pares, no pares o te mato…”. ¿Qué iba a hacer yo? No parar….
Me volvió a morder el labio cuando llegó al final del orgasmo. Terminé sosteniendo su cuerpo, contraído sobre mí.
-¡Uf….! No me acordaba yo de estos buenos ratos, ¿eh? – Me dijo sonriendo mientras me besaba.
Nos quedamos de pie, en la pared, mirándonos… Notaba ese brillo en sus ojos de la que se sabe observada, de la que se sabe deseada.
-¿Una cerveza, empotradora…? – Dijo con rin tintín y una risa tonta. Me ofreció mientras recogía la ropa del pasillo.
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